domingo, 12 de febrero de 2012



Cuando las amadas palabras cotidianas 
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan, 
ni el agua, ni la ventana, 
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea 
con nuestra desolada imagen, 
aún se miran las destrozadas estampas 
en el libro del hermano menor, 
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa, 
y ver que en el viejo armario conservan su alegría 
el licor de guindas que preparó la abuela 
y las manzanas puestas a guardar.

Otoño secreto

Teillier

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